Acaba de terminar la Semana Fallera. Y aunque cada año es
distinto en forma y contenido, las jornadas de reflexión postfestivas siempre
son las mismas.
El listo de turno que, tras contar y hacer balance del
ejercicio de sus abultadas cajas registradoras, pretende seguir aprovechando el
filón asegurando sus ventas el siguiente año mediante propuestas absurdas como
modificar los calendarios.
El perroflauta de turno que tras haber pelado y criticado lo
que a otros les llena de orgullo, y haber aprovechado la circunstancia para
hacerse ver públicamente, llena su Facebook de fotos al pie del monumento que
se ha llevado no sequé premio con los amiguetes.
Y por supuesto, aquellos cuyos genes les sitúan por encima
del resto de la humanidad, aquellos que, al menos no cambian de chaqueta pasado
el 19 de marzo, y siguen erre que erre preguntando por qué los llibrets y las
rimas de los monumentos se siguen escribiendo en valenciano.
O estamos todos locos o preferimos seguir en la oscuridad de
la ignorancia.
De todos es sabido que el ser humano solo sabe o recuerda lo
que le interesa saber o recordar.
Todos deberíamos, al menos una vez al año, hacer examen de
conciencia y dejar que se nos puntúe. Y la puntuación es un tamiz que a pocos
nos gusta. Todos queremos tener razón.
La mayoría no recuerdan qué son Las Fallas, ni recuerdan en
qué ciudad viven, y muchísimo menos pretenderé que recuerden lo que hace años
eran las Fallas ni lo que era Valencia. Esa es la ventaja de los libros, si te
interesa los lees y si no no. Desgraciadamente hay mucho listo y mucho
perroflauta que lee lo que le interesa y otros muchos, muchísimos, que
directamente no leen. Por eso hay museos en Valencia que han tenido que
recortar sus horarios de visita. Por falta de visitantes. Por falta de interés.
Y como la ignorancia es atrevida nos volvemos y nos
volveremos a encontrar, año tras año, con situaciones, declaraciones y
actitudes que a algunos, al menos, nos deja, como mínimo, asombrados. Yo
directamente, me indigno. Pero esa es solo mi opinión.